lunes, 11 de enero de 2010

Lo “Normal" en las Familias Mexicanas




Por Emilio Pineda

El tema estuvo presente con mayor intensidad en el último bimestre de 2009. Ahora los diferentes actores sociales y políticos en México buscan la posibilidad de establecer definitivamente la figura legal del matrimonio entre personas del mismo sexo y van más allá: también se plantea que estas parejas puedan adoptar en plenitud de derechos y obligaciones. Finalmente, como en el caso del aborto, estos temas son sumamente polémicos en nuestro país. Y así será durante un largo tiempo, ya que aunque muchas veces afirmamos lo contrario, México es quizás el país más conservador de toda América Latina. No es mi deseo entrar en el tema de discusión que durante décadas ha levantado ámpula y al final de la jornada se queda en la ambigüedad y en la indefinición. No quiero sentarme en el tribunal social y tratar de hacer otro voto en contra o a favor. No, voy hacia otro territorio reflexivo, pero antes, necesito retomar un suceso reciente en los medios de comunicación:

Durante la primera semana laboral de enero de 2010, Esteban Arce, conductor de un programa matutino con un perfil más de entretenimiento que de información, abordó junto con una sexóloga el tema que ya he mencionado. Por supuesto ambos tenían posiciones encontradas y el choque fue inevitable. Si me permites, querido lector, daré una breve opinión del momento: un Esteban Arce en contra del matrimonio de personas del mismo sexo, atrabancado, terco, irrespetuoso de la palabra de su contraparte, con argumentos simplistas y facilones, pero muy gritón y bravucón; por otra parte una sexóloga a favor pero débil en su argumentación, imprecisa en sus afirmaciónes, insegura y temerosa por la actitud del entrevistador. Este momento desató una avalancha de opiniones, sobre todo en redes sociales como Twitter y Facebook, en donde se tachó al conductor de intolerante e inculto. Tal suceso logró que el presidente de Televisa, Emilio Azcárraga Jean, publicara el nombre que Esteban Arce usa en Twitter para que recibiera los comentarios de los seguidores, que por cierto en pocos minutos se reprodujeron en cientos. Muchos pidieron el despido del conductor.

Sobre la actitud de Esteban Arce sólo quiero rescatar algunos breves elementos: él insistía durante la entrevista que la homosexualidad no era “normal” por ser considerada “antinatural” Cuando la sexóloga se refirió a que algunos animales manifiestan también comportamientos homosexuales él calificó dicha conducta de “demencia animal”. En fin, más calificativos que reflexiones, más indignación y escándalo que una plática coherente. Bueno, no podemos esperar mucho de la emisión, misma que está hecha para hacer reir al público, darle entretenimiento, proporcionarle un poco de información y atosigarlo con publicidad en todo momento. Lo curioso es que el conductor ahora se erige como defensor de los principios y la moral de la sociedad mexicana, enjuicia sin miramientos a todo aquello que contradiga las tradiciones católicas y poco falta para que empiece a predicar cual benévolo pastor. Tal vez olvida los tiempos en que junto con su amigo y co conductor de “El Calabozo” el “burro” Vanrankin, hubo de todo alrededor suyo y no parecía descontento. Es más, hoy todavía se burla de la gente de color, de quien habla mal o de quien tiene algún defecto físico. Usa con maestría el albur y las referencias sexuales en ese tono son abundantes. ¿Entonces mi querido Esteban?

Fuera de esto que acabo de señalar, el comportamiento y forma de pensar de este conductor me tiene sin cuidado. Lo que sí me inquieta es que esta forma de pensar está muy generalizada y aún quienes se dicen más librepensadores pueden caer en contradicciones. Me explico: muchos mexicanos se escandalizan o por lo menos no les cabe en la cabeza esta posibilidad de que parejas de mismo sexo contraigan matrimonio o puedan adoptar niños. Muchas iglesias, desde luego la católica por delante, atacan con la espada flamígera esta posibilidad, ya que se perdería la concepción tradicional que los mexicanos tenemos de la familia: una mamá, un papá y los hijitos. “La sociedad se perdería en principios y valores si damos entrada a estas perversiones de la supuesta modernidad”

Lo que estos defensores de la conformación tradicional de la familia ignoran, o saben pero no admiten. Es que el esquema está perdido desde hace mucho tiempo. Hoy en día existen configuraciones tales como: mamá – hijitos – padre ausente; mamá – padre hipócrita – hijitos – ehhh otros hijitos del mismo papá pero de otra mamá que acabamos de conocer; mamá – hijitos – padre violento; abuelitos – hijitos; sacerdote – ahijada – sobrinos... ehhh o algo así.

Muchos culpan a la modernidad que obliga tanto al padre como a la madre trabajar y por ello la figura tradicional de la familia no logra consolidarse. Lo cierto es que tenemos décadas en las que el hombre mexicano ha ido convirtiéndose en una persona irresponsable y poco comprometida con una relación familiar. Fomentada por el machismo de sus padres (de ambos) el hombre mexicano mide su “hombría” con la posibilidad de serle infiel a su pareja y procreando hijos con otras mujeres. Es muy antiguo el chiste en el que un hombre le pregunta al otro: “¿Bueno, y tú cuántos hijos tienes?” - el otro responde “¿En qué colonia?” Las risas masculinas estallan y no falta quien diga “ay fulanito... ¡eres tremendo!” Sin embargo en cuanto una mujer mexicana logra manifestar su libertad sexual o independencia económica y hasta emocional del hombre, se convierte en una persona peligrosa, digna de desconfianza, y se le atribuye el calificativo que podríamos dar a una “señora que vende ramas”... en el más leve de los casos (se entendió ¿verdad?).

El INEGI en su momento publicó un estudio en el que, en resumen, señala que en 1995 el 31% de los hogares mexicanos no tenía padre, mientras que en 2009, la figura paterna está ausente en el 41% de dichos hogares. Desde luego sería irresponsable generalizar y también debemos tomar en cuenta el efecto migratorio que obliga a los hombres de familia abandonar el hogar para buscar trabajo en las ciudades capitales o en los Estados Unidos. Así es, sin embargo, también existe una altísima tasa de hombres que antes de los 20 años embarazan a sus compañeras de escuela, vecinas o amigas, para después hacerse “responsables” en forma mediocre. Quizás, tras unos pocos años de violencia, pobreza y desempleo, el hombre buscará salir de ese hogar y embarazará a otras mujeres, sin solucionar su problema económico... vaya... sin resolver nada y complicándolo todo. Tanto en estratos de muy escasos recursos económicos, como en sectores de riqueza, es común festejar y premiar al hombre que se relaciona con muchas mujeres, que manifiesta su dominio ejerciendo violencia verba, moral o física sobre su pareja y que ¡ooopps! ... se le “chispotea” un chamaco por ahí. “Ultimadamente usté es vieja y no tengo por qué darle cuentas de nada.

Este fenómeno acarrea algunos otros problemas: Este tipo de hogares en que la figura paterna está ausente o presente con violencia está irremediablemente sostenido económicamente por la mujer. No es extraño escuchar historias, por ejemplo, de la persona que hace el aseo en una casa, en que ella trabaja todos los días y el marido está en casa porque no encuentra trabajo. No sólo eso, la mujer labora limpiando casas, llega a la suya y hace la comida, atiende a los hijos y encima tiene que atender adecuadamente al marido porque así es la tradición. ¿Y él? Entregado al alcohol y a la holgazanería porque “la situación está bien difícil” Como señalaba anteriormente este fenómeno no es privativo sólo de las clases pobres en México. Ocurre en todos los estratos, con diferencia de matices pero finalmente el mismo asunto. Hombres irresponsables y no comprometidos con la familia que formaron, en muchos casos, por accidente. No debemos olvidar tampoco que el número de mujeres infectadas con enfermedades de transmisión sexual, sin haber siquiera salido de su casa, es enorme.

Mientras en el sureste mexicano las leyes se volvieron más rigurosas para con la mujer que aborta (sea cual fuere el motivo), ningún legislador ha reforzado castigo alguno contra el padre violento, abandonador, hostigador, polígamo, explotador de su esposa e hijos. En el Código Civil existen algunas figuras que protegen a la mujer como lo es la pensión alimenticia, sin embargo, se quedan muy cortas. En algunos estados de la República Mexicana hay mujeres en la cárcel por haberse efectuado un aborto mientras que hay hombres golpeadores, narcotraficantes, “polleros”, lenones, que están celebrando felizmente con una cerveza en la mano y recordándose que son “muy hombres” (¿temen olvidarlo?) Las iglesias y los moralistas señalan con dedo acusador a las mujeres inmorales, a los “homosexuales pervertidos”, pero parecen no ver los demás problemas de la sociedad. Finalmente meter a la cárcel a una mujer sin estudios y sin dinero es más fácil que a un delincuente con armas y con poder.

Debemos plantearnos urgentemente el concepto de la hombría mexicana del siglo XXI. El charrito de las películas (de Pedrito Infante por ejemplo) es valiente sólo cuando tiene alcohol en la sangre y un arma en la mano. Sin ambas cosas es estúpido y cobarde. Por eso llora a gritos cuando algo le sale mal. Socialmente es un niño de 8 años, ignorante de muchas cosas pero caprichoso y urgido de satisfacción. Integrar a la esposa y a los hijos en igualdad de condiciones, derechos y obligaciones no es signo de debilidad. Más bien reflejan integridad y evolución social. No sé si es sano que un hijo vea a su madre constantemente violentada por el padre y es perversión que un hijo adoptado esté rodeado de amor por sus padres del mismo sexo. No lo sé. Son imágenes de extremos opuestos pero que finalmente están enlazados y debemos perder el miedo a imaginarlas. No se trata de “normalidad” se trata de dignidad y de evolución. Hay personas homosexuales íntegras, talentosas y hay heterosexuales repugnantes y viles para nuestra sociedad. Desde luego existe el viceversa. No se trata de qué es lo que pasa abajo de la ropa interior sino de lo que ocurre en nuestra mente y en nuestro corazón. ¿Qué México queremos ver?

Lamentablemente todavía nos agredimos con pasión si tenemos diferencias en equipos de futbol, si votamos por un partido político diferente. Todavía somos tribus en muchas de nuestras conductas y parece que nos sentimos cómodos con ello. Si los legisladores y el presidente realmente desean lograr cambios de fondo en nuestro país, deberán trabajar junto con la sociedad en abordar con seriedad y sin miedos o radicalismos muchos temas pendientes. Los mexicanos de a pie también tendremos que aprender a pensar con tolerancia y con pluradidad. Somos los primeros en presumir en el extranjero nuestra “rica diversidad cultural” y somos quienes censuramos la más diminuta diferencia del otro respecto a nuestra forma de pensar. La descomposición social no es culpa sólo de la televisión o los demás medios de comunicación. Esto empieza en casa. Desde la casa de quienes visten calzón de manta y en condiciones muy austeras, hasta en hogares con señores poderosos y esposas copetonas que critican todo. El hombre macho e irresponsable es formado tanto por el padre como por la madre y en eso hay que ver el espejo aunque nos asuste la imagen. Abordemos esos temas por el bien de las presentes y futuras generaciones. Un pueblo bien construido, con dignidad y orgullo genuino, elige mejores gobernantes, toma mejores desiciones y contruye un mejor país. Para lograrlo busquemos en nuestros pricipios, no en nuestros calzones.

Te recomiendo que visites el blog de las “Mamás Solas” en http://mamassolas.blogspot.com

Cualquier comentario permíteme conocerlo: emilio@epiproducciones.com

PD: Un botoncito de muestra: ¿Conoces la preciosa canción yucateca de Ricardo Palmerín titulada “Peregrina”? La versión oficial dice que este autor se enamoró profundamente de una periodista estadounidense que andaba en ese estado del sureste y como consecuencia de ello le hizo esta poética y hermosa composición. La periodista regresó a los Estados Unidos y él se quedó con el corazón destrozado.

Bueno, otra versión señala que el enamorado era en realidad el gobernador del estado de Yucatán de ese tiempo (ustedes averigüen el nombre). Dicho servidor público se quedó impresionado con una periodista estadounidense que cubría su campaña y posteriormente su función pública. En su febril entusiasmo encargó a Ricardo Palmerín la composición de dicha canción, desde luego con la discreción debida. La periodista quedó encantada y estableció una relación con el gobernador. Sin embargo el funcionario fue más allá y, para poder formalizar y manifestar libremente la relación con esta mujer, de inmediato mandó una iniciativa al Congreso Estatal para que se permitiera el divorcio (en Yucatán nadie podía divorciarse, así lo decía la Ley), la hizo aprobarse de inmediato y dio un plazo de 5 días para que entrara en vigor. Finalmente se divorció, fue con los brazos abiertos con la comunicadora quien finalmente decidió no continuar con la relación.

Esta larga postdata pretende mostrar que cuando la Ley puede modificarse, para cumplir los deseos o intereses personales de algún gobernante importante, lo hace en forma rápida y expedita. Cuando el interés tiene pies, todo se puede, sin discusión, sin debate y en forma inmediata. ¿Pasará esto hoy en día? Ya no deben decidir unos pocos el destino de todos.

martes, 5 de enero de 2010

El Águila que Cae


Por Emilio Pineda


Saliendo del edificio me encuentro con la imagen: una escultura de casi un metro setenta centímetros que representa orgullosa a un águila azteca en cantera rosa, seguramente traída del estado de Zacatecas. A la entrada no me dí cuenta que ahí estaba, ya que el pasillo de ingreso me obligaba a darle la espalda, pero ahora que salgo no sólo atrae mi vista, sino que me obliga a detenerme para contemplarla. El águila se yergue imponente, con las alas cerradas, los ojos fijos al frente y el ceño endurecido, lo que denota una mirada potente, desafiante. Es un monolito de belleza y alta significación, ya que sin lugar a dudas es el símbolo de nuestra identidad. Elemento que une nuestro pasado prehispánico con nuestro presente moderno. No es de extrañarse que el poderoso propietario de ese inmueble la use como elemento custodio de su entrada.


El águila aparece en nuestra bandera nacional. Posada de perfil sobre una penca de nopales devora podreosa una serpiente. Es el momento inmortalizado de la historia contada por los antiguos mexicanos que poblaron el centro del país. Aquellos peregrinos procedentes de Valle de Aztlán (lugar todavía indeterminado pero que algunos lo atribuyen a Nayarit), quienes antes de partir miraron esta imponente imagen y la buscaron como símbolo durante su trayecto, ya que esta misma visión, repetida, les indicaría el fin del viaje, el lugar donde habrían de sentar su nueva civilización. Y finalmente ahí estaba: el águila dotada de fuerza y belleza devorando la serpiente en medio de un pequeño islote rodeado de un lago pantanoso. Ahí, en lo que hoy conocemos como Centro Histórico de la Ciudad de México la señal apareció. Los peregrinos finalmente se asentaron en ese lugar, crearon una ciudad muy organizada a la que llamaron Tenochtitlan y rindieron fervoroso culto a esta ave majestuosa; la adoptaron como símbolo, sus mejores y más valientes guerreros llevarían siempre su nombre y su representación visual en la cabeza.


El águila como identidad de los mexicanos es vigente en nuestros días. Está presente en nuestra bandera, en nuestra moneda, en la papelería y simbología del gobierno federal, es símbolo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, se encuentra en el imponente escudo que engalana la fachada del Palacio Legislativo de San Lázaro. Fue usada en estandartes de diferentes luchas sociales a lo largo de nuestra historia. Aún la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México tiene al centro de su fachada el águila imperial, coronada y con las alas abiertas, la cual representó durante casi tres décadas al gobierno porfirista.


No puedo evitar pensar en todo esto mientras veo la escultura que está ante mis ojos y tampoco puedo olvidar otro encuentro reciente, cara a cara, con un águila:


Venía regresando de un viaje decembrino con la familia a Ciudad Victoria, Tamaulipas. El trayecto en carretera no sólo me gustó por los fantásticos paisajes que puede uno admirar, sino también porque el reto de tomar el volante en tan largos trayectos me había seducido totalmente. Había pasado el cruce conocido como “El Huizache”, en el estado de San Luis Potosí y me dirigía en una carretera de cuatro carriles hacia la ciudad capital del mismo nombre. De pronto, en una muy larga recta, contemplé de nuevo unos rústicos tendederos que estaban colocados en ambos lados de la carretera con unas extrañas tiras colgando. No sabía si eran tiras de carne, o vainas vegetales, o cuero... ni idea de lo que eran. Ya los había visto en el trayecto de ida, y ahora en mi regreso alguien me contó que esas raras tiras que colgaban eran pieles de serpiente que los empobrecidos pobladores del lugar cazaban en el monte crecano. Estas misma personas afirmaban que la piel y la carne de la serpiente tienen poderes medicinales que “hasta el cáncer curan” Por eso vendían la piel seca al sol y el aceite “natural” de serpientes desolladas y hasta ofrecían también la carne pulverizara para ingerirse mezclada con agua o para fabricar cápsulas medicinales. Los tendederos estaban separados unos 5 o 10 metros unos de otros a lo largo de un tramo de kilómetro y medio aproximadamente. La abundancia de estos puestos daba a la recta carretera un aspecto hipnotizante.


Más por curiosidad que por el ánimo de comprar detuvimos el automóvil frente a un puesto elegido al azar y descendimos para preguntar y mirar más de cerca. Dos mujeres, una joven y una mayor, corrieron a nosotros acompañadas de un adolescente. Los tres tenían las marcas de la pobreza y el inclemente frío de la región. Con el ánimo de lograr una venta hablaron de los prodigios de la carne de serpiente. Nos contaron que las atrapan fácilmente en las tierras cercanas ya que son abundantes, pero había que tener cuidado debido a que en muchos casos se trata de víboras de cascabel. Mientras nos relataban todas las historias empecé a explorar lo que su rústico mostrador ofrecía a la vista. Ahí me topé con muchas tiras de carne de serpiente, algunas extrañas cactáceas, pequeñas aves vivas atrapadas en jaulas y pieles de coyote, todo a la venta por supuesto. “¿Todo esto hay por aquí?” - pregunté. “Sí siñor, aquí adelantito y en el monte hay de esto... esos pajaritos son cenzontles” (recordé el poema de Netzahualcóyotl pero el ave nunca cantó). En eso estaba cuendo mis ojos se encontraron con los suyos:


Parada en un tronco horizontal estaba un águila, viva, mirándome. Su plumaje café se erizaba de vez en cuando debido al frío viento, sus grandes ojos resaltaban en su firme cabeza y el poderoso pico, hecho para desgarrar la carne que sería su alimento, trazaba una desafiante forma de gancho hacia abajo. El cuerpo erguido, las alas recogidas y las garras impresionantemente largas. “Así es como fácilmente atrapa y somete a sus presas” - pensé. Ahí fue cuando mi vista se encontró con el cordón que le impedía escapar, que la mantenía pegada al tronco y que la haría regresar si intentaba emprender el vuelo. Esta águila no estaba sola, ya que otro ejemplar prácticamente idéntico se encontraba a su lado. “¿Éstas son águilas?” -pregunté sorprendido, fascinado y en shock “Sí siñor, si la quiere nomás le tiene que dar arrocito o tortilla, también come carnita, vale quinientos pesos” La señora mayor intentó mostrármela de cerca y la tomó de las patas, lo que hizo que el ave quedara de cabeza. Recordé con tristeza a las gallinas o los guajolotes en los mercados, el águila aleteó asustada. “No, no, no, no se moleste, nada más la ví y por eso pregunte...” - dije. “Ándele siñor, anímese, usté güerita, ¿o cuánto me da por ella?” Ya no preguntamos más. Mi esposa les obsequió algunas prendas a las señoras, “va 'star buena pa´l frío, gracias...” Nos paramos, vimos y nos fuimos.


Siempre he sabido que la caza furtiva de ciertas especies endémicas es un delito en nuestro país. Pero no creo haber sentido la necesidad de cargar alguna culpa a esos pobladores. Eso sí, sentí una profunda tristeza por esta hermosísima ave. La miseria en la que viven me obligó a preguntarme ¿qué otra opción de vida tienen? ¿Aquí llegan los programas federales o estatales de combate a la pobreza? ¿Llegó algún día “Solidaridad”? ¿Procampo? ¿Llega hoy “Oportunidades”? No me parece que sean pobladores nuevos. Más bien parecen los pobres de siempre, de décadas. Que de tanto estar a la vista nadie los ve. “Ellos no quieren progresar” dirá algún burócrata estatal o federal con estadísticas en la mano. A los costados de una carretera estatal no me parece que las autoridades ignoren que este problema existe. No se encuentran en una zona apartada. ¿La solución es meterlos a la cárcel? Me da mucha curiosidad conocer algún informe anual del gobernador de San Luis Potosí. ¿Los levantan cuando pasa por ahí el Góber o el Presidente? ¡Ah no! Ya me acordé que ellos andan en helicóptero... ustedes saben... por seguridad.


La mirada de esa águila me hizo pensar en mi país. Un México que llega a su centenario y bicentenario más con deudas históricas que con logros que celebrar. No niego que haya avances, pero en muchos casos se han logrado a pesar de nuestro sistema político, de nuestra cultura, de falsas tradiciones que nos frenan. El águila antes majestuosa y hoy tratada como guajolote me obliga a pensar en el México que queremos y en el México que realmente hemos construído. Su mirada antes infinita y desafiante, hoy atemorizada, me trae a la cabeza los miles de mexicanos muertos en tiempos de “paz” en una lucha de la cual no hay resultados claros y pareciera no tener fin. Su vuelo antes libre me hace pensar en que hoy nos han amarrado de una pata con falsos patrioterismos siempre y cuando sigamos siendo proveedores de obesos e insaciables sistemas políticos. El precio del águila: quinientos pesos... ¿cuánto nos costará seguir lentos y en algunos casos estancados? Y miren que no necesitamos a los extranjeros para hacernos daño nosotros mismos.


El recuerdo del águila me trajo tristeza. A veces la sueño libre, zurcando el hermoso cielo de la región, trazando figuras hermosas a alturas sorprendentes, feliz, con dignidad, volando segura y sin temor a ser capturada, agredida, vejada. No dejo de soñar que así será México cuando dejemos de guardar la mugre bajo la alfombra y nos pongamos realmente a asear la casa. Para ello necesitamos vernos a la cara y enfrentar nuestros demonios, sin justificarlos, sin vicimizarnos. No es un problema de vendimia miserable a la orilla de la carretera. Se trata de que México salga de esa orilla y se incorpore a la autopista para dirigirnos a un mejor futuro. Nos urge dejar de ser, de una vez por todas, el águila que cae.


Por cierto, pude tomarle una foto a mi amiga águila de la orilla de la carretera. Te la comparto en este artículo. ¿Qué le dirías tú mirándola a los ojos?


Cualquier comentario: emilio@epiproducciones.com o también aquí en el blog.


PD: ¿Sabías que algunos historiadores afirman que si realmente Aztlán estuvo en Nayarit es muy probable que el ave que vieron los aztecas devorando una serpiente no fuera un águila sino una garza?