Por Emilio Pineda
El coleccionista de palabras vive en nosotros sin darnos cuenta. Subimos a los transportes, nos exponemos a los medios de comunicación, miramos por un momento los puestos de revistas y así vamos agrandando nuestro repertorio oculto de expresiones. Escuchamos la radio y nos damos cuenta que la lengua, la expresión oral, es la única herramienta de este medio, y gracias a eso precisamente, lo es todo.
La radio, mediante las palabras, nos puede regalar un paisaje, una sensación, una reflexión o nos hace estallar una buena carcajada. Y la gente que hacemos radio de pronto olvidamos la importancia del lenguaje en nuestro medio. En la televisión el impacto radica en la imagen, mientras que en la radio es la idea correctamente expresada con palabras la que puede quedar clara o confusa dependiendo de cómo ejerzamos el oficio.
Nos damos cuenta que un locutor manda saludos a “Clanepancla” o piensa que Atizapán en una delegación del Distrito Federal. Mediante la radio nos enteramos de la Cultura del “Sospechosismo” recién descubierta por un político mexicano; nos deleitamos con los discursos matutinos de un gobernante capitalino que se come las eses (en cambio las heces sólo se las come mi perrito y le pego para corregirlo). Escuchamos a los reporteros viales hablar de “perímetros”, “arterias” “vías primarias” o “inmediaciones” para ayudarnos a librar el “tráfico” (¿o “tránsito”?) de la ciudad. En conferencia de prensa un político habla de “orgías” a la hora de elaborar el presupuesto federal para el 2005, y cuando en tribuna alguien le pregunta qué significa la palabra, simplemente se sonroja y se limita a decir “...creo que todos aquí sabemos lo que significa” (¿era una pudorosa evasiva lingüística o “ventaneaba” a sus compañeros legisladores?). Algún sorprendido locutor no sabe cómo abordar o comentar el nuevo libro del Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, y titubea, trata de pasar la bolita a su co conductor sólo porque el libro se titula “Memoria de mis Putas Tristes”.
Políticos “chamaqueados”, “videoescándalos”, un funcionario, quien después de aparecer en un video llenando sus elegantes bolsillos con fajos de billetes, sólo atina a decir “...ofrezco una disculpa al pueblo de México...” (las disculpas se piden pero nunca, ¡nunca!, se ofrecen).
Periodistas radiofónicos que creen que la palabra “pronunciamiento” significa fijar una postura o hacer una declaración oficial a los medios. Reporteros que confunden a los Ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación con Magistrados; que piensan que demanda y denuncia son lo mismo; que creen que plagio y secuestro son sinónimos; que pomposamente dicen “pero sin embargo” sin saber que es una redundancia del tamaño de “subir para arriba”. Y así, poco a poco nos vamos acostumbrando a mal hablar ayudados de una pobreza vergonzante.
Sí, querido lector, imagino que ha llegado a tu mente la idea de que seguramente estoy exagerando, que no es para tanto, que además quien habla en forma muy culta es un verdadero payaso, sangrón a quien nadie (y no “nadien”) le va a entender.
Un antiguo filósofo griego afirmó que “en la forma en que está estructurado nuestro lenguaje es la forma en que está estructurado nuestro pensamiento”. En otras palabras: como hablamos es como pensamos, y es importante reflexionar el modo en que nuestro pensamiento nos hace crecer en la vida, percibir nuestro entorno, convivir con quienes están cerca de nosotros, cimentar nuestra creencias, formar fobias y filias, etcétera. Si un hombre se refiere a las mujeres como “viejas”, quizás ya tenemos una sólida referencia de cómo concibe al sector femenino y qué trato ejerce para con ellas. Muchas veces con sólo poner atención en la forma de hablar de una persona podemos saber si nos está mintiendo, quiere obtener algo de nosotros o si es franca y abierta.
Ahora imaginemos la importancia que tiene el uso del lenguaje en un personaje que tiene el poder de tomar un micrófono y llevar su mensaje a un gran número de personas. Un locutor, conductor, periodista, analista, reportero, tiene el poder de influir de alguna manera en nosotros y en la forma como interpretamos algún acontecimiento o concepto. No en balde son llamados “líderes de opinión”. ¿Se acuerdan cuando nuestros papás o tíos decían “...si lo dijo Jacobo es verdad”?. Si estos líderes de opinión ejercen su trabajo con pobreza de palabras, con pobreza de ideas, estando desinformados, siendo ignorantes con buen “rollo”, pues las consecuencias en quienes les creen a pie juntillas son importantes. Los comunicadores radiofónicos debemos hablar tanto para el que sabe como para el que ignora.
En esta sección, trataremos de reflexionar acerca del uso del lenguaje en la radio. Vamos a hacerlo bajo un enfoque útil y sencillo. No queremos ser eruditos o “tira netas”. Deseamos aportar nuestra pequeña letrita de arena al hermoso medio radiofónico.
Dato Cultural: En el mundo somos más de 450 millones de hispanohablantes; en 21 países el Español es el idioma oficial; nuestra lengua ocupa el tercer lugar de hablantes a nivel mundial y el segundo en los Estados Unidos.
Te recomiendo un libro: “La Tienda de Palabras”. Una excelente novela que mezcla enredos casi policiacos con curiosidades y detalles deliciosos de nuestra lengua. El autor es Jesús Marchamalo. Editorial Siruela (sí, así, con “s” porque es un apellido). Lo puedes conseguir en librerías grandes del país.
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