Del que aparentemente no tenía dudas tampoco era del Poder Legislativo... claro... se trataba de los diputados y senadores, pero, ¿qué cosa es o qué hace un diputado o un senador?. Según la definición más llana a la que pude tener acceso, el Poder Legislativo se encarga de eso, de legislar, es decir, de hacer las leyes y reglamentos que rigen nuestro diario andar como nación. Fue en ese descubrimiento cuando me llegó un gran asombro: Imagine usted amable y paciente lector, la responsabilidad tan grande que recae en un diputado o en un senador cuando decimos que su trabajo es fabricar las leyes de nuestro país. Imaginemos la formación académica que deben tener, su conocimiento en cuestiones de Derecho, en asuntos administrativos, en política internacional, en asuntos de ecología, topografía, características poblacionales del país, en temas académicos, en fin... un hombre con capacidad de crear una ley de medios de comunicación, por ejemplo, o de procedimientos fiscales, o el Código Penal vigente, realmente debería tener una formación académica y una experiencia formidable; además de que debería estar rodeado de asesores con los mejores niveles de conocimiento en cada área.
Así pues, actualmente reflexiono: cuando el célebre diputado y talentoso actor Salgado (del PRD), o el legislador Rigoberto (del PAN) hacen uso de su fuero (palabra perversa) para insultar a la autoridad, cuando se encuentran en pleno estado de ebriedad y luego lucen con orgullo la anécdota en los medios de comunicación una y otra vez; cuando observo los pleitos de cantina en plena tribuna de San Lázaro; cuando los mexicanos nos asombramos en ver cómo le meten el pie al ejecutivo en temas de trascendencia nacional, cuando cualquiera de nosotros podemos fácilmente deducir que el nivel de debate en las cámaras es comparable con los famosos talk shows que vemos en la tele, entonces quizás debamos pensar que los legisladores simplemente se están desestresando de su diario trabajar... se divierten.
Ellos, tocados por el dedo de Dios, poseedores de sabiduría infinita, visionarios excepcionales, hombres integérrimos (esta palabra me la enseñó Monsiváis), seguramente tienen un bajo nivel de debate para que los simples mortales, los que vivimos expulsados del Monte Olimpo de San Lázaro, podamos entender al menos un poco de su trascendente labor.
Pero para aportar un poco más a este enredijo de ideas vertidos sobre usted, mi sufrido lector, quiero compartir algo que me comentó un profesor brillante en la licenciatura de Derecho: los requisitos en la Constitución, que se piden para ser diputado o senador, en general, son: ser mexicano de nacimiento, haber residido en nuestro país algún periodo considerable antes de la elección, y no haber desempeñado algún otro cargo público un cierto tiempo antes de los comicios. ¿Y la formación profesional o las capacidades para el cargo? Bueno, no se piden porque -según la interpretación- se estaría excluyendo a algunos mexicanos que no tienen formación escolar y se les coartaría su derecho a ser representantes.
Es decir, que si yo me acerco más a la línea del desempleo y quisiera pedir chamba en un restaurante como mesero, cocinero o pinche (no, no es mala palabra), al menos me pedirán como requisitos mínimos la preparatoria y ciertas referencias. En otras palabras, le exigen más bases a un aspirante a pinche que a un aspirante a diputado. Pienso que por ello actualmente tenemos muchos p... diputados (perdón por la altisonancia).
Creo que sólo por experimentar, por ejercer un poco de dignidad o sólo por ver qué pasaría, valdría la pena que los mexicanos nos planteáramos el ejercicio de pensar qué características debería tener un aspirante a legislador, quiénes son los idóneos, los trabajadores y los conocedores que marcarán las reglas del juego en México. Si esto deriva en una reforma a la Constitución ¡Bienvenida sea! Los beneficios serían mayores para las mexicanas y los mexicanos, chiquillas y chiquillos, compatriotas y compatriotos.
Cierro el comentario con una pregunta querido lector: ¿Usted dejaría en manos de Félix Salgado a sus hijos? Sólo que vaya a recogerlos a una fiesta de fin de semana, por ejemplo. ¿Usted, lector empresario, lo contrataría para un puesto de supervisión o control de calidad? ¿Lo invitaría a su fiesta de cumpleaños? Entonces me pregunto: ¿por qué demonios le damos a gente así el poder de manejar a su antojo el rumbo de una nación entera? Esta noche, con estas preguntas, creo yo, no duermo. ¡Salud y que sirvan las otras!
Cualquier comentario o reclamo sobre esta columna, favor de mandarme un email con currículum (tampoco es mala palabra) y copias de sus diplomas al epiprod@yahoo.com
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